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una escritora en las nubes

La pesca

Un pájaro me miraba desde el escritorio, era un martín pescador. Se tiró en picado al teclado del ordenador y pinchó con su pico las letras "P" "E" "Z". Se las tragó y volvió a su rama, sobre mi escritorio.

Ahora tengo tres huecos en el lugar de la P de la E y de la Z. y por esos agujeros saltan peces que se cuelan en las historias de mi ordenador. Cuando el martín pescador tenga hambre se lanzará sobre ellos. Mientras, siguen saltando y riéndose, creyéndose seguros entre las letras de mis cuentos.

Una novela

Como contar una historia sin contar todo lo que les ocurre a los personajes, contando solo lo imprescindible y que dé la sensación de que no falta nada.

Lluvia y sol

7/04/2007 

Poca luz ha habido estos días: agua, agua y solo agua. El cielo gris y triste. El martes ¿fue el martes? llovió todo el día, y fuerte. Apenas había luz en la oficina. El comedor también estaba lóbrego y triste con una luz amarillenta como si viniera de velas en vez de bombillas. Y el Ebro desbocado como un dragón enfurecido que inundaba, con su lengua mojada en vez de ardiente, los campos... Más lluvia esta mañana, fina, lavando nuestro paseo por la ribera del Ebro. El chico no quería meterse debajo del paraguas y yo tenía que encorrerlo. Risas y carreras. Pero por fin esta tarde salió el sol. Y nos calentaba los huesos dormidos por la lluvia. Nos calentaba también el espíritu melancólico. A los mayores, porque los niños no saben aún lo que es la melancolía. Ellos siempre están contentos, excepto cuando les llevas la contraria y se enfurruñan, pero se les pasa pronto. El parque olía a tierra húmeda y saboreábamos rayos de sol mojados, como un delicioso helado de primavera que íbamos comiendo lentamente, a pequeños lametazos.

Han sido muchos días de lluvia. De lluvia y cielos grises. Querían ponernos tristes pero no lo han conseguido. Cunden mucho los días de lluvia, en casa, desayunos sin prisas, entre los libros, entre palabras escritas, entre los dibujos de los niños... Siestas... Bostezos... Periódicos... El día es largo y la Semana Santa parece deliciosamente eterna. Me gusta que sea así. Se respira felicidad, aunque el cielo se empeñe en estar triste. Por unos días, el tiempo ha dejado de correr y se ha instalado en nuestra casa, de vacaciones.

¡Nieve!

Ayer nevó en Zaragoza. Cuando nieva aquí es un gran acontecimiento. En el trabajo todos nos acercábamos a las ventanas para contemplar el espectáculo de la nieve cayendo. Algunos se quejan de los inconvenientes, el tráfico se vuelve imposible, si hiela, te resbalas por la calle y te puedes romper la crisma, los coches no pueden bajar las rampas de los garajes, la vida normal se ve alterada... Pero como en nuestra ciudad la nieve es un fenómeno extraño, la admiramos y como niños nos hace ilusión que llegue a cuajar aunque solo sea unas horas. Para tirarnos unas bolas, para hacer un pequeño muñeco de nieve en el balcón o simplemente para contemplar desde la ventana ese paisaje cubierto de blanco, transformado mágicamente por esos copos que van cayendo lentamente, como plumas, como si las nubes fueran grandes almohadones rotos que alguien está agitando. Ayer no llegó a cuajar, lo siento por los niños que no pudieron jugar con la nieve a la hora del recreo, por los niños de verdad y por los niños que todos llevamos dentro y que disfrutamos con la magia silenciosa de cada copo de nieve.

Recuerdos

 

Hay recuerdos que debemos guardar en un cofre,

como tesoros robados al pirata del tiempo.

De vez en cuando quitamos el polvo al cofre,

lo abrimos y besamos cada uno de esos recuerdos.

Otros recuerdos deberíamos quemarlos,

para que desaparecieran en el humo negro.

 

Pero nunca entierres los recuerdos,

para encontrarlos podridos.

Pasa la vida

Pasa la vida, pasa,

tan deprisa

que quisieras detenerla,

sujetarla con tus manos.

Bájate del tren por un momento

y contempla la vida pasada

en la estación del recuerdo.

Y cuando vuelvas a subir al tren,

dile al maquinista

que ya no tienes prisa,

que deseas un nuevo viaje

con más calma y más risas.

Contempla el paisaje

por la ventanilla

y disfruta de él,

ahora y siempre.

Yo subiré a ese tren,

y juntas, alcanzaremos

esa calma y esas risas.

Anda por los caminos

Anda por los caminos sin saber a donde vas,

solo siente el placer de andar en cada paso.

Piensa en ti sin preguntarte quién eres,

pero quiérete en cada pensamiento.

Escribe un verso al lector desconocido

para compartir la vida de tus palabras.

Que cada amanecer renueve tus fuerzas

y que la luna te invite al misterio de la noche

y a su descanso.

Celebra cada día que estás vivo

y no olvides a quien te dio la vida.  

                         * * *

Morirse después de vivir

Acabo de leer una cita de Albert Camus que me han enviado:

 

"El otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor."

Albert Camus (1913-1960), escritor y filósofo francés.

Encantadora cita otoñal para estos días. Pero me ha hecho recordar que Camus murió muy joven (1913-1960), ¡¡¡a los 47 años!!! Joven y pensante y consciente. Aunque habría que morir así sin sufrir ni hacer sufrir nuestra vejez a los demás, más tarde desde luego, a los 47 años aún quedan muchas experiencias por vivir. Pero cuando ya tienes todo hecho, ¿para qué quieres seguir viviendo? Cuando los hijos son ya mayores y tienen sus vidas resueltas y quizá has conocido también a sus nietos... ¿Para qué más? Pero en realidad siempre es pronto para morirnos, ¿no es cierto? ¿Quién es capaz de decir ya no tengo nada qué hacer en este mundo? ¿Quién dice adiós a todo esto, quién se hace a la idea de un mundo sin él mismo contemplándolo? Simplemente ver el sol que sale cada día o las hojas como flores del otoño son motivos para vivir. Si no hay demasiadas lacras de vejez y enfermedad que nos amarguen la vida. Si hay conciencia e independencia física, libertad de movimientos, ¿quién quiere dejar este mundo si no está desesperado?

Y si miras a los viejos con sus achaques, esos que se aferran a la vida con uñas y dientes aunque estén hechos un guiñapo que no puede ni moverse, ¿por qué ellos tampoco querrán morirse?

En el país de las letras

En el país de las letras

 

 

Mi hija me ha prestado este dibujo suyo para este cuento. Ella lo llama Mofletitos, y así es como me imagino a los escritores del país de las letras después de la lluvia, empapados de letras por todo. Luego escurren las letras en una palangana, y ¡ala, a escribir! 

*  *  *  *  *  *  *  *  *  *

En el país de las letras, cuando te duchas por la mañana salen letras de la ducha y puedes componer una canción con ellas. Por eso todo el mundo canta bajo la ducha.

En el país de las letras, los niños desayunan galletas con forma de letras. Van al cole con el estómago lleno de letras y así no les hace falta llevar libros para estudiar.

En el país de las letras todo el mundo lee el periódico por la mañana. Luego se lo ponen en la cabeza para salir a la calle y no mojarse con la lluvia. Porque allí llueve todos, todos los días; es una lluvia muy especial.

Cuando llueve, las nubes dejan caer letras, letras y más letras. Caen sobre los periódicos que lleva la gente sobre la cabeza y se transforman en cuentos e historias. Cuando la gente llega al trabajo, se quita el periódico y lee la nueva historia que acaba de nacer después de la lluvia.

A algunos no les gusta llevar periódico en la cabeza. Prefieren empaparse de letras. A esos los llaman escritores. Luego escurren la ropa y el pelo y la cara y con las letras que caen en la palangana escriben historias nuevas. Devuelven esas historias a las nubes en aviones de papel y estas las dejan caer al día siguiente a la gente que no escribe.

Cuando van a comprar, las personas pagan con monedas que son letras: dos euros, por ejemplo se paga con las letras d-o-s-e-u-r-o-s, cinco centimos con c-i-n-c-o-c-e-n-t-i-m-o-s por eso las monedas que más se usan son las e-u-r-o-s y las c-e-n-t-i-m-o-s. La gente más rica son los editores, los impresores, los libreros. Los más pobres suelen ser los escritores, porque gastan la mayor parte de sus letras en escribir historias. Pero ellos prefieren usarlas en sus historias antes que comérselas o gastarlas en comprar cosas.

Cuando quieren divertirse, la gente va al teatro. Y saben recitar a Shakespeare y a Valle Inclán. Y los niños se saben de memoria las poesías de Gloria Fuertes y las recitan en los parques mientras saltan a la comba o van en bicicleta.

En el país de las letras, cuando la gente tiene hambre come libros. Cuentos de hadas y brujas para desayunar; libros de cocina para almorzar y quedarse con la tripa bien llena; libros de aventuras y piratas para la hora de la siesta con los que viajar a países extraordinarios; libros de juegos y manualidades para merendar; relatos de miedo para cenar y temblar; y libros de poesía antes de dormir, para tener felices sueños.

Por la noche, los niños siempre piden sopa de letras para cenar, acompañando los inquietantes relatos de miedo. Y los papás van pensando con esas letras el cuento que contarán a sus hijos antes de dormir.

Quisiera bañarme con mi patito de goma

Quisiera bañarme con mi patito de goma, hacer pompas de jabón y bucear en la bañera.

Comer regaliz untado en sidral, ponerme las manos y la cara pringosas de algodón dulce.

Jugar a espadachines y saltar a la lámpara de araña del castillo para escapar de los malos.

Tirar al aire mi muñeca de trapo Clota para que dé volteretas y recogerla otra vez en mis brazos.

Ponerme mi traje de bruja y cabalgar sobre mi escoba.

Ir descalza por la casa y no sentir los pies helados.

Tumbarme en verano sobre el suelo de baldosas de casa y sentir su frescor.

Leer en la cama por la mañana, con el sol acariciándome las mejillas.

Correr bajo la lluvia y oler después mi pelo mojado. Saltar en los charcos con botas de agua o sin ellas. Estrenar un paraguas nuevo con tortugas.

Comer maíz tostado y pipas mientras veo una película.

Y asomarme al balcón y contemplar los vencejos y hacer los deberes bajo el cielo de nubes de la primavera.

Volver a la infancia, donde la vida es sueño y los juegos son la vida.

El despertar

El timbre del despertador suena

atravesando la madrugada,

taladra mi último sueño

y mi mano lo enmudece

de una bofetada.

Vuelve mi sueño sobre la almohada

- pasan cinco minutos eternos -

y el timbre otra vez apuñala al sueño.

Otros cinco minutos y el tercer timbre,

me hace abandonar la cama.

Me levanto sonámbula y caigo en otro sueño

(triste, monótono y aburrido);

el sueño de todos los días:

lavarse las legañas de la noche,

ducharse con los ojos cerrados,

enchufar el microondas y el tostador,

vestirse sin mirarse al espejo,

engullir una tostada,

beber el café instantáneo de un trago,

llamar al ascensor

- y que ningún vecino se lo lleve -,

cepillarse los dientes mientras sube,

salir de casa poniéndose el abrigo…

Y coger un autobús rumbo al encierro cotidiano.

Si es de noche encontrar la luna o un lucero,

Si amanece, nubes rosadas en el cielo azul.

Es lo único que merece la pena de la madrugada.

Este autobús mece nuevos sueños,

- eran mejores mis sueños sobre la almohada-

hasta llegar a la fábrica.

Ser sonámbula hasta la oficina.

Volver a despertar otra vez.

Sin timbres. Bostezar.

En un lugar que huele a cerrado.

En un lugar que amanece tras las persianas de lamas.

Alto el fuego

Jueves, 23 de marzo de 2006

No existe paz sin que todos hagamos algo por ella . Rafael Leira

(Comentario en elpais.es después del anuncio del alto el fuego)

 

Ayer fue el anuncio del alto el fuego de ETA. Todos esperamos que esta vez sea verdad y que no sea una nueva estratagema de la banda para recuperarse. Lástima que lo primero que pensé fue: "alto el fuego a partir del viernes... Entonces aún les queda tiempo para poner alguna bomba más". Porque la verdad es que llevan una temporadita... Sin muertos, pero poniendo bombas aquí y allá, como queriendo decir que tienen el poder todavía.

De todos modos, estamos de enhorabuena. Confiemos en ellos una vez más, con cuidado. Y luchemos por la paz, de manera pacífica. Suscribo el comentario de Rafael Leira.

Alto el fuego

Jueves, 23 de marzo de 2006

No existe paz sin que todos hagamos algo por ella . Rafael Leira

(Comentario en elpais.es después del anuncio del alto el fuego)

 

Ayer fue el anuncio del alto el fuego de ETA. Todos esperamos que esta vez sea verdad y que no sea una nueva estratagema de la banda para recuperarse. Lástima que lo primero que pensé fue: "alto el fuego a partir del viernes... Entonces aún les queda tiempo para poner alguna bomba más". Porque la verdad es que llevan una temporadita... Sin muertos, pero poniendo bombas aquí y allá, como queriendo decir que tienen el poder todavía.

De todos modos, estamos de enhorabuena. Confiemos en ellos una vez más, con cuidado. Y luchemos por la paz, de manera pacífica. Suscribo el comentario de Rafael Leira.

¿Qué es escribir?

Llenar páginas de letras que se convierten en palabras y frases con sentido. Querer que las palabras llenen los huecos de tu vida, esponjándola. Tener la esperanza de que también llenen los vacíos de otros.

Creer que el amor puede atraparse y fijarse en un papel, para siempre. Que las palabras te harán revivir ese beso, esa caricia. Regalar cuentos y poesías a tus seres queridos.

Saber que se puede luchar contra el aburrimiento. Que allí donde haya un libro, habrá una aventura, imaginaria o del conocimiento.

Llevar siempre una libreta en el bolsillo, por si se te ocurre algo. El pensamiento escribe sin cesar y si no estás preparado, la inspiración se pierde entre los pliegues del cerebro.

Vivir con los ojos abiertos y atrapando tus sentimientos y los de otros. Las ostras no escriben libros. Fabrican perlas contra el aburrimiento. Un escritor no puede ser siempre una ostra, solo lo es en determinado momento de la creación. Primero vive como una esponja que absorbe todo lo que hay a su alrededor. Después se convierte en ostra solitaria, aislada en su concha, para poder escribir esa historia que necesita del contacto más íntimo consigo mismo. La perla es esa historia terminada, más o menos redonda, que brilla cada vez que la lees y que cuanto más pules y repules, más brilla. Si además consigue que brille a los ojos de los demás, el escritor es un ser muy afortunado.

 

¿Y escribir para niños?

No es muy diferente. Quizá hay un poco más de libertad en la parte imaginaria. Ellos te permiten acercarte a las estrellas, a los dragones, a la ilusión, al absurdo. Hay quien dice que es difícil escribir para niños. Quizá es que ya no se acuerdan de cuando eran niños. ¿Ponerse a su nivel? No sé que se ponerse a su nivel. Solo tengo una receta para escribir para niños: es fundamental que consiga divertirme con lo que escribo. Que disfrute con ello, que me lo pase bien. Lo mejor es conseguir su risa. Es encantador ver a un niño que lee y se está riendo. No hay sensación más deliciosa, si además has escrito tú el libro te sientes muy orgulloso.

El objetivo de un libro para niños es matar el aburrimiento. Si no lo consigue, preferirá irse a matar marcianos, a ver los dibujos de la tele, o a jugar con sus cochecitos. Por eso, cuidado con los tostones... También es el objetivo de un libro para adultos. Pero hay adultos capaces de tragarse un ladrillo y que no se indigestan por ello, así que se pueden escribir ladrillos para adultos y conseguir lectores. Los niños, sin embargo no se tragan ladrillos. Jamás.

Por lo demás hay que dejar salir del baúl de los juguetes todos nuestros cachivaches que más amábamos en la infancia y revolverlos y juntarlos con princesas, monstruos y dragones... Y niños. Niños protagonistas. Los niños no se sienten protagonistas nunca excepto en los libros. Siempre tienen que obedecer a los mayores, nunca cuentan demasiado. Pero en los libros corren aventuras, deciden, son más listos que los adultos, se burlan de ellos, son libres.

Niños. Sí, disfruto escribiendo para niños.

El ramito de violetas

He vuelto a escuchar la canción Un ramito de violetas, cantándola al mismo tiempo y siempre me pasa igual, al final me entran ganas de llorar… Es una historia tan bonita y al mismo tiempo tan triste… ¿Como alguien puede ser "el mismo demonio" y luego mandarle flores y poemas a su mujer de manera anónima? ¿Y si ella se enterase de que era él, no le reprocharía que se lo hubiera estado ocultando? Aunque así la ha hecho feliz, claro. Feliz en la creencia de saberse amada por alguien romántico y sensible, alguien tan diferente de la idea que tenía de su marido… Esa persona que ella imagina no existe realmente aunque en realidad realidad existe, está junto a ella. Todo esto es un galimatías.

No sé. Siempre me pongo melancólica con esta canción. Y eso que no me recuerda ningún momento de mi vida, ni ninguna persona en especial. Es solo eso, la historia. Que me llega al corazón.

La marmota

Para Elena, mi silbadora querida y amante de los animales.

Kelkian, no sé si ha sido gracias a tus ánimos, pero éste me ha salido hoy de una tirada. Gracias.

La marmota silbó al pasar el tren. La niña le respondió con un silbido largo, intenso, que resonó en todo el valle. La marmota escuchó el silbido, sus orejas se erizaron, fue una llamada directa a su instinto, y salió corriendo detrás del tren. Estaban cerca de la pequeña estación en la montaña y la carrera fue corta. Cuando la niña bajó del tren, encontró a la marmota esperándole en el andén, alzada sobre sus dos patas traseras. El corazón de la niña se aceleró de la emoción. Volvió a silbar y la marmota le contestó. Entonaron un dúo de silbidos y la gente que lo escuchó sintió que sus pies se elevaban del suelo, que flotaban en una onda musical.

Una noche a finales de otoño, la niña se echó a dormir y al día siguiente no despertó. Los padres no pudieron sacarla de su sueño. La llevaron al hospital pero el diagnóstico fue que no estaba en coma, solo adormilada. Los médicos no se habían encontrado jamás con un caso así. Sus constantes vitales se hallaban aletargadas pero en perfecto funcionamiento. No necesitaba ningún aparato para vivir, solo suero para alimentarla y la mandaron a reposar en su casa. La visitaban regularmente, no había peligro de muerte, era un sueño profundo, como el de todas las noches, pero que no terminaba nunca.

La niña pasó todo el invierno durmiendo. Cuando los primeros rayos cálidos del sol de la primavera penetraron por su ventana, la niña despertó.

Estiró los brazos, las piernas y todo su cuerpo, sacudiendo su pereza, y bostezó.

- He dormido mucho – dijo -, tengo hambre.

Sus padres estaban contentos de verla viva y despierta y le prepararon un buen desayuno. La niña tenía ganas de hablar después de tanto tiempo durmiendo.

- He soñado con la marmota. Ella no podía dormir pensando en mí y silbaba y silbaba tratando de despertarme. Yo la escuchaba en mi sueño, pero no podía despertar. Quiero volver a verla este verano, llevádme otra vez a las montañas.

Los padres se alarmaron. Después de la hibernación de todo el invierno, no creían que la marmota fuera una buena influencia para su hija. Pero ella insistió tanto que aceptaron y volvieron de vacaciones a la montaña.

Esta vez fue la niña la que silbó primero desde el tren. La marmota reconoció el silbido, salió de su madriguera entre las rocas y saludó a la niña con otro silbido alegre. Emprendió la carrera tras el tren y alcanzó la estación. Cuando la niña bajó del tren, ambas echaron a correr la una hacia la otra y se abrazaron. Silbaron al unísono, luego se alternaron primero una y después la otra, a dúo otra vez... Se reunían todas las tardes del verano y silbaban, con los pulmones hinchados y felices. Y cuando se despidieron al final del verano, prometieron verse al verano siguiente.

De vuelta a casa, sus padres temían la llegada del invierno. Creían que otra vez la niña hibernaría y que la perderían durante los largos meses del invierno. Miraban con tristeza cómo el día se acortaba, y la oscuridad iba anunciando el gran sueño de la estación fría. Cuando la acostaban en la cama y le daban el beso de buenas noches, no podían evitar pensar que quizá al día siguiente no despertaría. La niña adivinó sus pensamientos y una noche les dijo:

- No os preocupéis. La marmota y yo hemos pasado todo el verano silbando. Ella ya no me echará de menos este invierno y dormirá tranquila, sin llamarme con sus silbidos. Y yo podré pasar el invierno normalmente sin soñar con ella, más que por las noches. Hasta que me reúna con ella el próximo verano.

Miró por la ventana, hacia las estrellas y dijo:

- Gracias por este verano estupendo, marmota – se volvió hacia sus padres y añadió: - Gracias papá y mamá, por entendernos.

Los padres durmieron tranquilos. La marmota también durmió durante todo el invierno. La niña soñó con ella todas las noches. Y el verano trajo unas nuevas vacaciones, llenas de silbidos en las montañas.

La marmota silbó al pasar el tren. La niña le respondió con un silbido largo, intenso, que resonó en todo el valle. La marmota escuchó el silbido, sus orejas se erizaron, fue una llamada directa a su instinto, y salió corriendo detrás del tren. Estaban cerca de la pequeña estación en la montaña y la carrera fue corta. Cuando la niña bajó del tren, encontró a la marmota esperándole en el andén, alzada sobre sus dos patas traseras. El corazón de la niña se aceleró de la emoción. Volvió a silbar y la marmota le contestó. Entonaron un dúo de silbidos y la gente que lo escuchó sintió que sus pies se elevaban del suelo, que flotaban en una onda musical.

Una noche a finales de otoño, la niña se echó a dormir y al día siguiente no despertó. Los padres no pudieron sacarla de su sueño. La llevaron al hospital pero el diagnóstico fue que no estaba en coma, solo adormilada. Los médicos no se habían encontrado jamás con un caso así. Sus constantes vitales se hallaban aletargadas pero en perfecto funcionamiento. No necesitaba ningún aparato para vivir, solo suero para alimentarla y la mandaron a reposar en su casa. La visitaban regularmente, no había peligro de muerte, era un sueño profundo, como el de todas las noches, pero que no terminaba nunca.

La niña pasó todo el invierno durmiendo. Cuando los primeros rayos cálidos del sol de la primavera penetraron por su ventana, la niña despertó.

Estiró los brazos, las piernas y todo su cuerpo, sacudiendo su pereza, y bostezó.

- He dormido mucho – dijo -, tengo hambre.

Sus padres estaban contentos de verla viva y despierta y le prepararon un buen desayuno. La niña tenía ganas de hablar después de tanto tiempo durmiendo.

- He soñado con la marmota. Ella no podía dormir pensando en mí y silbaba y silbaba tratando de despertarme. Yo la escuchaba en mi sueño, pero no podía despertar. Quiero volver a verla este verano, llevádme otra vez a las montañas.

Los padres se alarmaron. Después de la hibernación de todo el invierno, no creían que la marmota fuera una buena influencia para su hija. Pero ella insistió tanto que aceptaron y volvieron de vacaciones a la montaña.

Esta vez fue la niña la que silbó primero desde el tren. La marmota reconoció el silbido, salió de su madriguera entre las rocas y saludó a la niña con otro silbido alegre. Emprendió la carrera tras el tren y alcanzó la estación. Cuando la niña bajó del tren, ambas echaron a correr la una hacia la otra y se abrazaron. Silbaron al unísono, luego se alternaron primero una y después la otra, a dúo otra vez... Se reunían todas las tardes del verano y silbaban, con los pulmones hinchados y felices. Y cuando se despidieron al final del verano, prometieron verse al verano siguiente.

De vuelta a casa, sus padres temían la llegada del invierno. Creían que otra vez la niña hibernaría y que la perderían durante los largos meses del invierno. Miraban con tristeza cómo el día se acortaba, y la oscuridad iba anunciando el gran sueño de la estación fría. Cuando la acostaban en la cama y le daban el beso de buenas noches, no podían evitar pensar que quizá al día siguiente no despertaría. La niña adivinó sus pensamientos y una noche les dijo:

- No os preocupéis. La marmota y yo hemos pasado todo el verano silbando. Ella ya no me echará de menos este invierno y dormirá tranquila, sin llamarme con sus silbidos. Y yo podré pasar el invierno normalmente sin soñar con ella, más que por las noches. Hasta que me reúna con ella el próximo verano.

Miró por la ventana, hacia las estrellas y dijo:

- Gracias por este verano estupendo, marmota – se volvió hacia sus padres y añadió: - Gracias papá y mamá, por entendernos.

Los padres durmieron tranquilos. La marmota también durmió durante todo el invierno. La niña soñó con ella todas las noches. Y el verano trajo unas nuevas vacaciones, llenas de silbidos en las montañas.

Un escritora en las nubes

  Cuando el chico creció, ya no quedó más remedio, hubo que darle un cuarto para el solo, estaba compartiendo el dormitorio con su hermana y cohabitaban como piojos en costura. Allí ya no cabían ni un libro ni un juguete más, ni una miserable aguja de coser, necesitaban mesas para hacer los deberes y un ordenador y montones de libros, y sobre todo no cabían ellos, altos y grandes, como mallos. Así que tuve que renunciar a mi estudio de escritura, aquella habitación sería por fin para el chico, como ya veíamos venir desde hacía tiempo. Si repartir por toda la casa las estanterías que allí había, abarrotadas de libros en doble fila, fue un proyecto de ingeniería (un módulo en el pasillo, otro en nuestro dormitorio, otro en el cuarto de estar, estuvimos a punto de meter algunos libros en el baño aunque al final no llegamos a hacerlo, pero la cocina sí que recibió su cupo de volúmenes culinarios), más difícil fue buscar un rincón donde poder encerrarme en soledad a practicar mi oficio de escritora. Por fin decidimos cerrar la terraza del cuarto de estar, que en realidad, tampoco le dábamos uso (cuatro macetas y una mesa de bambú que se caía de vieja y ya no recuerdo cuando fue la última vez que cenamos en ella), y meter allí la mesa con mi ordenador, la silla y mis libros preferidos, sobre todo, los diccionarios, la herramienta del escritor y mis papeles, mis cientos de papeles, escritos y por escribir.

   No había mucho sitio, pero al final aquel recinto de escasos cuatro metros cuadrados se convirtió en un espacio mágico. Y todo, gracias a que al que nos hizo la obra se le ocurrió la genial idea de que podíamos pedir permiso para sacar un voladizo de un metro más sobresaliendo de la fachada de la casa, y así ampliar un poco el estudio. La comunidad de vecinos dio por fin el permiso, tras arduas discusiones, por supuesto, y la siguiente idea genial la tuvo mi marido cuando en aquel metro de más sugirió que no pusiésemos tejado, sino que acristaláramos también la parte superior. De esa manera aún tendría más luz mi habitáculo (pensábamos dejar todo el frontal de la terraza acristalado hasta el suelo) lo que a mí me parecía fenomenal, por supuesto.

  Así que ahí estoy ahora escribiendo, asomada al balcón de un sueño. Es como estar colgada en el aire: miro para abajo y veo la calle, los coches, los peatones – cuanto daría por que en vez de una calle tuviéramos un parque, me digo muchas veces, pero no se puede tener todo –; miro al frente y veo la casa opuesta, esa casa tan de barrio, tan distinta a las otras, con sus terrazas con toldos viejos de rayas, sus coladas tendidas, sus abuelos asomándose a ver pasar la tarde; y por fin miro arriba y veo, veo... El cielo, veo el cielo, con sus nubes, con sus vencejos y palomas volando. Un pedazo de cielo justo sobre mi cabeza que me sirve de descanso entre página y página de escritura.

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Lo anterior lo escribí hace ya casi tres años, cuando buscábamos un piso más grande con vista a que los chicos crecieran y necesitáramos una habitación para cada uno. Entonces los pisos estaban también por las nubes (de precio, claro, igual que ahora) y teníamos que entramparnos otra vez en una nueva hipoteca simplemente por ganar los metros de una habitación más. Bien a gusto le hubiéramos comprado una habitación a los vecinos y se hubieran acabado nuestros problemas. Por eso yo me veía escribiendo en la galería, con el cielo sobre mi cabeza.

Ahora hemos conseguido un piso precioso, grande y espacioso, con vistas a un parque (ese parque que echaba de menos en la otra casa), árboles y hierba desde la ventana, hemos notado la diferencia de espacio, tiene un montón de armarios (que ya hemos llenado, por supuesto), pero sigo escribiendo en una habitación grande pero que parece una leonera (como en el piso anterior): mi mesa está siempre revuelta (allí hecha todo el mundo las cosas que no sabe donde meter), los libros se salen de la estantería (algunos están en segunda fila) y cuando me siento a escribir tengo a mis espaldas una maqueta de tren a medio hacer (enorme), sobre unos caballetes, que me impide acceder a la estantería a coger los libros... A veces hecho en falta esa intimidad que necesitamos los escritores para crear, porque es una habitación compartida con el maquetista de la general (creo que le voy a comprar un gorro de ferroviario, silbato no, que me desconcentrará). Pero mi pareja se porta bien y no molesta, y en ocasiones le puedo leer algo de lo que escribo. A veces se nos unen los chicos que se ponen a pintar a mi lado en la mesa (mi mesa es muy larga, es cuestión de apartar los trastos para hacer sitio). Además aquí también sigo siendo una escritora en las nubes, como yo imaginaba, porque es un décimo segundo piso y cuando me asomo a la ventana veo las nubes contra el cielo azul. Me gusta soñar mirando por la ventana, el sol entra a raudales, es una habitación con luz a todas horas del día, y a veces tengo que echar las cortinas (cosa que me da mucha rabia) por los reflejos en el ordenador.

Que vivan las nubes, los escritores y… las maquetas de tren.

Sobre el escribir

Las historias se van haciendo solas. Es cuestión de empezar a escribir un capítulo tras otro y una cosa lleva a otra y a otra en las buenas historias. Se me van ocurriendo ideas que voy anotando y guardando para capítulos futuros. El problema es cuando se desmandan, cuando la intención inicial no tiene nada que ver con lo que estoy escribiendo y siento que esa no es la historia que quería contar. No es que tuviera al principio una idea del argumento, el argumento suelo generarlo sobre la marcha, tal como he dicho, el problema es que ese argumento no acaba de gustarme, se vuelve demasiado dramático o demasiado estúpido y deja de interesarme, o se transforma en algo que nunca hubiera esperado contar. Si fuera algo inesperado pero que me sorprende y me gusta no habría problema, al contrario, sería genial, pero el caso es que no acaba de convencerme y me encuentro en un callejón sin salida. Eso me ha pasado con tantos cuentos que tengo empezados y que no sé por donde tirar, se me hacen extraños, empiezan estupendamente, hay buenas ideas en ellos, pero no acaban de desarrollarse o se desarrollan por lugares no interesantes.

Me gustaría retomar de una vez alguna de mis historias y terminarla, entrar en ese estado en que vas escribiendo a gusto y te metes en la historia y todo va cuadrando, amoldándose y encajando perfectamente. Tengo que proponérmelo y hacerlo de una vez por todas. Pero estoy cansada, cansada por las noches y con el cansancio es difícil ponerse a escribir y a imaginar. Además, tengo el tiempo demasiado ocupado. Los mejores momentos para la creación son las horas vacías, entonces una llena ese tiempo con sus pensamientos y las ideas para las historias vienen solas. Pero últimamente tengo el tiempo milimetrado y encajonado en actividades (mías y de mis hijos), y así es imposible tomarse un respiro para pensar. ¡Bufff!

El principio

Empiezo esta bitácora hoy, sin saber muy bien por qué, ni cual es su propósito. Bueno el propósito es escribir, escribir, escribir. Escribir con cierta regularidad, crear una disciplina. Y un motivo es que estoy un poco cansada de cotillear los blogs de otros y ya va siendo hora de que me ponga en la tarea yo también.

Y porque un escritor, aunque esté en las nubes, necesita escribir y que alguien le lea. Tengo muchas cosas escritas por ahí y esta es una buena forma de compartirlas.

Y hablando de otras cosas, más del día a día: ya parece que llega la primavera, ha hecho una tarde estupenda. He estado con el chico jugando al baloncesto en el colegio y aunque les he ganado (a unos niños de 7 años, la cosa no tiene mucho mérito), menuda paliza me han dado, me han hecho correr en serio. ¡Qué invierno más largo! La semana pasada vi los primeros almendros en flor, pero el cierzo no cesaba de soplar y soplar.

Pues nada, a partir de hoy, yo a escribir y la primavera, que se dé prisa en llegar de verdad, que la echamos mucho de menos.

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