Blogia
una escritora en las nubes

Un escritora en las nubes

  Cuando el chico creció, ya no quedó más remedio, hubo que darle un cuarto para el solo, estaba compartiendo el dormitorio con su hermana y cohabitaban como piojos en costura. Allí ya no cabían ni un libro ni un juguete más, ni una miserable aguja de coser, necesitaban mesas para hacer los deberes y un ordenador y montones de libros, y sobre todo no cabían ellos, altos y grandes, como mallos. Así que tuve que renunciar a mi estudio de escritura, aquella habitación sería por fin para el chico, como ya veíamos venir desde hacía tiempo. Si repartir por toda la casa las estanterías que allí había, abarrotadas de libros en doble fila, fue un proyecto de ingeniería (un módulo en el pasillo, otro en nuestro dormitorio, otro en el cuarto de estar, estuvimos a punto de meter algunos libros en el baño aunque al final no llegamos a hacerlo, pero la cocina sí que recibió su cupo de volúmenes culinarios), más difícil fue buscar un rincón donde poder encerrarme en soledad a practicar mi oficio de escritora. Por fin decidimos cerrar la terraza del cuarto de estar, que en realidad, tampoco le dábamos uso (cuatro macetas y una mesa de bambú que se caía de vieja y ya no recuerdo cuando fue la última vez que cenamos en ella), y meter allí la mesa con mi ordenador, la silla y mis libros preferidos, sobre todo, los diccionarios, la herramienta del escritor y mis papeles, mis cientos de papeles, escritos y por escribir.

   No había mucho sitio, pero al final aquel recinto de escasos cuatro metros cuadrados se convirtió en un espacio mágico. Y todo, gracias a que al que nos hizo la obra se le ocurrió la genial idea de que podíamos pedir permiso para sacar un voladizo de un metro más sobresaliendo de la fachada de la casa, y así ampliar un poco el estudio. La comunidad de vecinos dio por fin el permiso, tras arduas discusiones, por supuesto, y la siguiente idea genial la tuvo mi marido cuando en aquel metro de más sugirió que no pusiésemos tejado, sino que acristaláramos también la parte superior. De esa manera aún tendría más luz mi habitáculo (pensábamos dejar todo el frontal de la terraza acristalado hasta el suelo) lo que a mí me parecía fenomenal, por supuesto.

  Así que ahí estoy ahora escribiendo, asomada al balcón de un sueño. Es como estar colgada en el aire: miro para abajo y veo la calle, los coches, los peatones – cuanto daría por que en vez de una calle tuviéramos un parque, me digo muchas veces, pero no se puede tener todo –; miro al frente y veo la casa opuesta, esa casa tan de barrio, tan distinta a las otras, con sus terrazas con toldos viejos de rayas, sus coladas tendidas, sus abuelos asomándose a ver pasar la tarde; y por fin miro arriba y veo, veo... El cielo, veo el cielo, con sus nubes, con sus vencejos y palomas volando. Un pedazo de cielo justo sobre mi cabeza que me sirve de descanso entre página y página de escritura.

------------------------------------------------------

Lo anterior lo escribí hace ya casi tres años, cuando buscábamos un piso más grande con vista a que los chicos crecieran y necesitáramos una habitación para cada uno. Entonces los pisos estaban también por las nubes (de precio, claro, igual que ahora) y teníamos que entramparnos otra vez en una nueva hipoteca simplemente por ganar los metros de una habitación más. Bien a gusto le hubiéramos comprado una habitación a los vecinos y se hubieran acabado nuestros problemas. Por eso yo me veía escribiendo en la galería, con el cielo sobre mi cabeza.

Ahora hemos conseguido un piso precioso, grande y espacioso, con vistas a un parque (ese parque que echaba de menos en la otra casa), árboles y hierba desde la ventana, hemos notado la diferencia de espacio, tiene un montón de armarios (que ya hemos llenado, por supuesto), pero sigo escribiendo en una habitación grande pero que parece una leonera (como en el piso anterior): mi mesa está siempre revuelta (allí hecha todo el mundo las cosas que no sabe donde meter), los libros se salen de la estantería (algunos están en segunda fila) y cuando me siento a escribir tengo a mis espaldas una maqueta de tren a medio hacer (enorme), sobre unos caballetes, que me impide acceder a la estantería a coger los libros... A veces hecho en falta esa intimidad que necesitamos los escritores para crear, porque es una habitación compartida con el maquetista de la general (creo que le voy a comprar un gorro de ferroviario, silbato no, que me desconcentrará). Pero mi pareja se porta bien y no molesta, y en ocasiones le puedo leer algo de lo que escribo. A veces se nos unen los chicos que se ponen a pintar a mi lado en la mesa (mi mesa es muy larga, es cuestión de apartar los trastos para hacer sitio). Además aquí también sigo siendo una escritora en las nubes, como yo imaginaba, porque es un décimo segundo piso y cuando me asomo a la ventana veo las nubes contra el cielo azul. Me gusta soñar mirando por la ventana, el sol entra a raudales, es una habitación con luz a todas horas del día, y a veces tengo que echar las cortinas (cosa que me da mucha rabia) por los reflejos en el ordenador.

Que vivan las nubes, los escritores y… las maquetas de tren.

0 comentarios