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una escritora en las nubes

cuentos

La pesca

Un pájaro me miraba desde el escritorio, era un martín pescador. Se tiró en picado al teclado del ordenador y pinchó con su pico las letras "P" "E" "Z". Se las tragó y volvió a su rama, sobre mi escritorio.

Ahora tengo tres huecos en el lugar de la P de la E y de la Z. y por esos agujeros saltan peces que se cuelan en las historias de mi ordenador. Cuando el martín pescador tenga hambre se lanzará sobre ellos. Mientras, siguen saltando y riéndose, creyéndose seguros entre las letras de mis cuentos.

En el país de las letras

En el país de las letras

 

 

Mi hija me ha prestado este dibujo suyo para este cuento. Ella lo llama Mofletitos, y así es como me imagino a los escritores del país de las letras después de la lluvia, empapados de letras por todo. Luego escurren las letras en una palangana, y ¡ala, a escribir! 

*  *  *  *  *  *  *  *  *  *

En el país de las letras, cuando te duchas por la mañana salen letras de la ducha y puedes componer una canción con ellas. Por eso todo el mundo canta bajo la ducha.

En el país de las letras, los niños desayunan galletas con forma de letras. Van al cole con el estómago lleno de letras y así no les hace falta llevar libros para estudiar.

En el país de las letras todo el mundo lee el periódico por la mañana. Luego se lo ponen en la cabeza para salir a la calle y no mojarse con la lluvia. Porque allí llueve todos, todos los días; es una lluvia muy especial.

Cuando llueve, las nubes dejan caer letras, letras y más letras. Caen sobre los periódicos que lleva la gente sobre la cabeza y se transforman en cuentos e historias. Cuando la gente llega al trabajo, se quita el periódico y lee la nueva historia que acaba de nacer después de la lluvia.

A algunos no les gusta llevar periódico en la cabeza. Prefieren empaparse de letras. A esos los llaman escritores. Luego escurren la ropa y el pelo y la cara y con las letras que caen en la palangana escriben historias nuevas. Devuelven esas historias a las nubes en aviones de papel y estas las dejan caer al día siguiente a la gente que no escribe.

Cuando van a comprar, las personas pagan con monedas que son letras: dos euros, por ejemplo se paga con las letras d-o-s-e-u-r-o-s, cinco centimos con c-i-n-c-o-c-e-n-t-i-m-o-s por eso las monedas que más se usan son las e-u-r-o-s y las c-e-n-t-i-m-o-s. La gente más rica son los editores, los impresores, los libreros. Los más pobres suelen ser los escritores, porque gastan la mayor parte de sus letras en escribir historias. Pero ellos prefieren usarlas en sus historias antes que comérselas o gastarlas en comprar cosas.

Cuando quieren divertirse, la gente va al teatro. Y saben recitar a Shakespeare y a Valle Inclán. Y los niños se saben de memoria las poesías de Gloria Fuertes y las recitan en los parques mientras saltan a la comba o van en bicicleta.

En el país de las letras, cuando la gente tiene hambre come libros. Cuentos de hadas y brujas para desayunar; libros de cocina para almorzar y quedarse con la tripa bien llena; libros de aventuras y piratas para la hora de la siesta con los que viajar a países extraordinarios; libros de juegos y manualidades para merendar; relatos de miedo para cenar y temblar; y libros de poesía antes de dormir, para tener felices sueños.

Por la noche, los niños siempre piden sopa de letras para cenar, acompañando los inquietantes relatos de miedo. Y los papás van pensando con esas letras el cuento que contarán a sus hijos antes de dormir.

La marmota

Para Elena, mi silbadora querida y amante de los animales.

Kelkian, no sé si ha sido gracias a tus ánimos, pero éste me ha salido hoy de una tirada. Gracias.

La marmota silbó al pasar el tren. La niña le respondió con un silbido largo, intenso, que resonó en todo el valle. La marmota escuchó el silbido, sus orejas se erizaron, fue una llamada directa a su instinto, y salió corriendo detrás del tren. Estaban cerca de la pequeña estación en la montaña y la carrera fue corta. Cuando la niña bajó del tren, encontró a la marmota esperándole en el andén, alzada sobre sus dos patas traseras. El corazón de la niña se aceleró de la emoción. Volvió a silbar y la marmota le contestó. Entonaron un dúo de silbidos y la gente que lo escuchó sintió que sus pies se elevaban del suelo, que flotaban en una onda musical.

Una noche a finales de otoño, la niña se echó a dormir y al día siguiente no despertó. Los padres no pudieron sacarla de su sueño. La llevaron al hospital pero el diagnóstico fue que no estaba en coma, solo adormilada. Los médicos no se habían encontrado jamás con un caso así. Sus constantes vitales se hallaban aletargadas pero en perfecto funcionamiento. No necesitaba ningún aparato para vivir, solo suero para alimentarla y la mandaron a reposar en su casa. La visitaban regularmente, no había peligro de muerte, era un sueño profundo, como el de todas las noches, pero que no terminaba nunca.

La niña pasó todo el invierno durmiendo. Cuando los primeros rayos cálidos del sol de la primavera penetraron por su ventana, la niña despertó.

Estiró los brazos, las piernas y todo su cuerpo, sacudiendo su pereza, y bostezó.

- He dormido mucho – dijo -, tengo hambre.

Sus padres estaban contentos de verla viva y despierta y le prepararon un buen desayuno. La niña tenía ganas de hablar después de tanto tiempo durmiendo.

- He soñado con la marmota. Ella no podía dormir pensando en mí y silbaba y silbaba tratando de despertarme. Yo la escuchaba en mi sueño, pero no podía despertar. Quiero volver a verla este verano, llevádme otra vez a las montañas.

Los padres se alarmaron. Después de la hibernación de todo el invierno, no creían que la marmota fuera una buena influencia para su hija. Pero ella insistió tanto que aceptaron y volvieron de vacaciones a la montaña.

Esta vez fue la niña la que silbó primero desde el tren. La marmota reconoció el silbido, salió de su madriguera entre las rocas y saludó a la niña con otro silbido alegre. Emprendió la carrera tras el tren y alcanzó la estación. Cuando la niña bajó del tren, ambas echaron a correr la una hacia la otra y se abrazaron. Silbaron al unísono, luego se alternaron primero una y después la otra, a dúo otra vez... Se reunían todas las tardes del verano y silbaban, con los pulmones hinchados y felices. Y cuando se despidieron al final del verano, prometieron verse al verano siguiente.

De vuelta a casa, sus padres temían la llegada del invierno. Creían que otra vez la niña hibernaría y que la perderían durante los largos meses del invierno. Miraban con tristeza cómo el día se acortaba, y la oscuridad iba anunciando el gran sueño de la estación fría. Cuando la acostaban en la cama y le daban el beso de buenas noches, no podían evitar pensar que quizá al día siguiente no despertaría. La niña adivinó sus pensamientos y una noche les dijo:

- No os preocupéis. La marmota y yo hemos pasado todo el verano silbando. Ella ya no me echará de menos este invierno y dormirá tranquila, sin llamarme con sus silbidos. Y yo podré pasar el invierno normalmente sin soñar con ella, más que por las noches. Hasta que me reúna con ella el próximo verano.

Miró por la ventana, hacia las estrellas y dijo:

- Gracias por este verano estupendo, marmota – se volvió hacia sus padres y añadió: - Gracias papá y mamá, por entendernos.

Los padres durmieron tranquilos. La marmota también durmió durante todo el invierno. La niña soñó con ella todas las noches. Y el verano trajo unas nuevas vacaciones, llenas de silbidos en las montañas.

La marmota silbó al pasar el tren. La niña le respondió con un silbido largo, intenso, que resonó en todo el valle. La marmota escuchó el silbido, sus orejas se erizaron, fue una llamada directa a su instinto, y salió corriendo detrás del tren. Estaban cerca de la pequeña estación en la montaña y la carrera fue corta. Cuando la niña bajó del tren, encontró a la marmota esperándole en el andén, alzada sobre sus dos patas traseras. El corazón de la niña se aceleró de la emoción. Volvió a silbar y la marmota le contestó. Entonaron un dúo de silbidos y la gente que lo escuchó sintió que sus pies se elevaban del suelo, que flotaban en una onda musical.

Una noche a finales de otoño, la niña se echó a dormir y al día siguiente no despertó. Los padres no pudieron sacarla de su sueño. La llevaron al hospital pero el diagnóstico fue que no estaba en coma, solo adormilada. Los médicos no se habían encontrado jamás con un caso así. Sus constantes vitales se hallaban aletargadas pero en perfecto funcionamiento. No necesitaba ningún aparato para vivir, solo suero para alimentarla y la mandaron a reposar en su casa. La visitaban regularmente, no había peligro de muerte, era un sueño profundo, como el de todas las noches, pero que no terminaba nunca.

La niña pasó todo el invierno durmiendo. Cuando los primeros rayos cálidos del sol de la primavera penetraron por su ventana, la niña despertó.

Estiró los brazos, las piernas y todo su cuerpo, sacudiendo su pereza, y bostezó.

- He dormido mucho – dijo -, tengo hambre.

Sus padres estaban contentos de verla viva y despierta y le prepararon un buen desayuno. La niña tenía ganas de hablar después de tanto tiempo durmiendo.

- He soñado con la marmota. Ella no podía dormir pensando en mí y silbaba y silbaba tratando de despertarme. Yo la escuchaba en mi sueño, pero no podía despertar. Quiero volver a verla este verano, llevádme otra vez a las montañas.

Los padres se alarmaron. Después de la hibernación de todo el invierno, no creían que la marmota fuera una buena influencia para su hija. Pero ella insistió tanto que aceptaron y volvieron de vacaciones a la montaña.

Esta vez fue la niña la que silbó primero desde el tren. La marmota reconoció el silbido, salió de su madriguera entre las rocas y saludó a la niña con otro silbido alegre. Emprendió la carrera tras el tren y alcanzó la estación. Cuando la niña bajó del tren, ambas echaron a correr la una hacia la otra y se abrazaron. Silbaron al unísono, luego se alternaron primero una y después la otra, a dúo otra vez... Se reunían todas las tardes del verano y silbaban, con los pulmones hinchados y felices. Y cuando se despidieron al final del verano, prometieron verse al verano siguiente.

De vuelta a casa, sus padres temían la llegada del invierno. Creían que otra vez la niña hibernaría y que la perderían durante los largos meses del invierno. Miraban con tristeza cómo el día se acortaba, y la oscuridad iba anunciando el gran sueño de la estación fría. Cuando la acostaban en la cama y le daban el beso de buenas noches, no podían evitar pensar que quizá al día siguiente no despertaría. La niña adivinó sus pensamientos y una noche les dijo:

- No os preocupéis. La marmota y yo hemos pasado todo el verano silbando. Ella ya no me echará de menos este invierno y dormirá tranquila, sin llamarme con sus silbidos. Y yo podré pasar el invierno normalmente sin soñar con ella, más que por las noches. Hasta que me reúna con ella el próximo verano.

Miró por la ventana, hacia las estrellas y dijo:

- Gracias por este verano estupendo, marmota – se volvió hacia sus padres y añadió: - Gracias papá y mamá, por entendernos.

Los padres durmieron tranquilos. La marmota también durmió durante todo el invierno. La niña soñó con ella todas las noches. Y el verano trajo unas nuevas vacaciones, llenas de silbidos en las montañas.